La pandemia y sus crisis consecutivas aceleraron la decisión de renunciar a ese trabajo que me tenía absolutamente sobrepasado pero, ¿por qué no me siento tan feliz como creí que iba a estar? Todo tipo de renuncia implica un lazo que se corta, y cuando se rompen lazos siempre surge un duelo, en este caso el duelo de renunciar a tu trabajo.
Durante el año 2021 oímos hablar de renuncias masivas de personas a sus trabajos. Un fenómeno que se midió en EEUU pero que se ha extendido por gran parte del mundo y lo han llamado “La Gran Renuncia”. Más allá de considerar esto como una reacción a las restricciones pandémicas y su relación con la salud mental pienso que el anhelo de renunciar estaba presente en el inconsciente de mucha gente desde hace mucho tiempo antes.
¿Por qué renunciar?
Sentir que tuviste un día malo en el trabajo no es lo mismo que sentirte mal en el trabajo todos y cada uno de los días. Desde la Revolución Industrial a nuestros días ha sido el trabajo el que está por encima de las personas en el sentido de prioridades, responsabilidades, rendimientos, expectativas y evaluaciones. Sin embargo la pandemia del Covid-19 nos ha hecho reflexionar respecto a la vida que queremos tener y sobre las cosas a las cuales les estamos entregando valor. ¿Prefieres quedarte haciendo horas extras o estar con tu familia más tiempos sabiendo que posiblemente tenemos los días contados?, ¿prefieres aceptar una sobrecarga laboral o viajar 2 horas hasta tu trabajo sabiendo que el tiempo es prestado y cada día lo vamos perdiendo más que ganando?
Las reflexiones no solo van desde la perspectiva externa sino también interna. -“Aquí no se te paga para pensar, haz tu trabajo y punto”- . ¿Prefieres seguir oyendo comentarios similares de tus jefaturas o construir de una vez por todas la mejor versión de tí mismo?
Y si tienes un cargo de jefatura ¿estás realmente feliz asumiendo las expectativas del directorio de la empresa y al mismo tiempo motivando a tu equipo?, ¿te hace sentido levantarte por las mañanas y dedicar tu día a ello? Más allá de pensar que la vida es como debe ser y esta forma de vivirla es tal como un gerente o un líder debe ser ¿quién te motiva a ti?, o ¿qué realmente es lo que te mueve y te inspira a ti? Estas preguntas hay que enfrentarlas desde nuestra propia visión, única y exclusiva, no la visión que otros nos han interiorizado o naturalizado.
La incertidumbre como parte de la vida.
Razones para renunciar a tu trabajo podrían haber muchas pero la sensación de desgaste usualmente es la más poderosa. Las cuarentenas de la pandemia no hicieron más que avivar esa voz interior que reconectó con nuestra intimidad, con nuestros espacios familiares, nuestros rincones personales. Luego de largos años de adormecimiento volvimos a entender que es el trabajo el que debe encajar en nuestra vida y no nuestra vida en el trabajo.
Mientras más incertidumbre más “carpe diem”. No tiene sentido que la vida comience un viernes por la noche y termine el domingo por la tarde.
El entorno donde nos desenvolvemos nunca volverá a ser igual que antes de la pandemia. Es evidente que estamos siendo protagonistas del final de una era y el comienzo de otra. Cada cambio genera inestabilidades e incertidumbres. Pero no todas las generaciones ven la incertidumbre como algo negativo o un obstáculo. Hay personas que no sienten debilidad frente a los cambios, es más, los motivan. Tienen otras prioridades tales como el medio ambiente, vivir lejos de las grandes ciudades, trabajar menos horas, seguir aprendiendo, disfrutar más el día a día, entre otras.
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Dar el “Salto de Fé” y lanzarse.
El filósofo danés Kierkegaard decía que el Salto de Fé “no es una decisión racional, ya que trasciende la racionalidad en favor de algo más extraordinario: la fé”. En todo caso tener fé en algo es al mismo tiempo tener dudas. Sin la incertidumbre de la duda la fé no tendría sustancia real y concreta. Para creer hay que tener fé y para tener fé hay que saltar, dar un Salto de Fé al abismo de la duda.
Renunciar a tu trabajo es un salto de fé. Renuncias por una convicción “irracional” de que al cruzar ese “abismo” llegarás a un lugar mejor.
En lo más profundo de nuestro ser anhelábamos ese cambio de vida y posiblemente se fue acumulando a lo largo del tiempo hasta que simplemente nos rendimos y nos entregamos a la intuición, a una extraordinaria certeza.
¿Por qué no me siento tan feliz como pensé que iba a estar?
¿Por qué te lanzaste?, ¿qué sentido le diste al salto? Mientras vamos cayendo no solemos reflexionar precisamente en eso: ir cayendo. Posiblemente seamos el único que cae pero nos gusta pensar que hay otros cayendo igual que nosotros, por la misma razón que nosotros, por creer o sentir lo mismo que nosotros. En psicología suelen llamarlo Angustia o Ceguera Depresiva, pero para mí es un duelo, el duelo de renunciar a tu trabajo. Si bien es una decisión que nosotros mismos tomamos, el desvincularse por iniciativa propia suele infundir una tristeza sin motivo aparente y que se contrapone a la excitación y emoción de la “libertad” de dejar atrás lo que nos hacía tanto mal.
Es común sentir que te sacas un peso de encima cuando renuncias o que finalmente logras estar frente a ese camino que siempre ansiaste recorrer. Pero… ¿por qué no me siento tan feliz como pensé que iba a estar?
Nuestra decadente sociedad occidental nos enseña a evitar y rechazar el dolor y la tristeza desde nuestros primeros años de vida promoviendo en su lugar una exaltación de la búsqueda del placer y un positivismo exagerado que contribuye a ver la tristeza como una enfermedad a ser abolida. Y no debería ser así. La tristeza forma parte del todo y es una junto al todo. Si evitamos la tristeza no estaremos siendo realmente justos con nuestra integridad personal.
El duelo de renunciar a tu trabajo. ¿Por qué no me siento tan feliz como creí que iba a estar? El renunciar es un Duelo. Podría decirse que implica una pérdida evolutiva y también en algunos casos material. Pero como ya sabemos que todo tipo de tristeza preferimos evitarla simplemente la negamos y nos enfocamos en nuestro nuevo camino.
El duelo de ir cayendo. La negación y la negociación.
El problema de negar el duelo es quedar estancados en él más allá de que sea una forma de defendernos de esa sensación incómoda de tristeza. Sin embargo la emoción permanece latente y puede incluso generar cambios en nuestro ánimo cuya responsabilidad no siempre la depositamos en nosotros mismos sino que tendemos a culpabilizar a terceros.
-“¿Y si hablo con mi ex-jefe para que me considere igual para futuros proyectos?”-. Preguntas así son parte también de nuestro proceso de negociación y de posibles soluciones para nuestro dolor del momento, el dolor que evitamos del duelo de renunciar a tu trabajo. Es el dolor latente que nos acompaña durante el tiempo que vayamos “cayendo”. Pero, ¿por qué seguimos conectados a ese recuerdo, a esa emoción, si ya al lanzarnos lo dejamos atrás?
Si queremos avanzar por sobre lo que en algún momento representó un obstáculo en nuestras vidas es de suma importancia identificarlo y nombrarlo, ponerle un nombre, nombrar a lo que antes no tenía nombre. Y eso lleva a nuevas reflexiones: ¿A cuál versión de mí mismo dejé atrás?. ¿Dejé atrás al exitoso, al mentiroso, al teatrero, al hiperpositivo, al hiperdepresivo?. ¿Por qué motivo me lancé? ¿Cuál fue la voz interior que más tuvo eco en mi decisión?
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Aceptando el duelo y la consecuencias del Salto.
En psicología se considera que la herramienta más poderosa que tenemos las personas para reconstruirnos y consolarnos ante un duelo es la cercanía de otra persona. Sin embargo una gran cantidad no tienen ese privilegio o no sienten la confianza suficiente con otros para cumplir dicho fin, así que el proceso del duelo lo terminan viviendo solas.
Aceptar un duelo no implica alegría o felicidad como resultado sino más bien fortalecer nuestra inteligencia emocional y comprender de manera consciente todo lo que puede haber pasado en nosotros. Bajo esa misma lógica un salto de fé implicará invariablemente un efecto bueno o malo. ¿Estamos preparados para un resultado con esa lógica binario? No es recomendable dejar mucho tiempo sin atención el duelo de renunciar a tu trabajo ya que tarde o temprano tu inconsciente puede jugarte una mala pasada.
Mientras más pasa el tiempo tu duelo se puede volver ausente o retardado. Por diversas razones, generalmente justificables, preferimos no tomar en serio estas emociones y dedicarnos a seguir adelante, ya sea porque necesitamos trabajar, porque la familia nos necesita o porque simplemente nuestro deseo de superación y acción es más fuerte que el de reflexión.
Aceptar el duelo implica mirar lo que no queremos ver, y generalmente cuando nos damos el tiempo de mirar dentro nuestro lo frágil tiene más presencia que lo fuerte, lo fracasado es más potente que lo exitoso, la voz interna que más fuerte grita no necesariamente es la que más se conecta con nuestro camino a una plenitud. No olvidemos que la búsqueda realmente importante es ser pleno más que feliz.
¡Conversemos más!
Si te hace sentido lo que te he planteado acá te invito a que nos detengamos a disfrutar un café, un té, una cerveza o la tranquilidad de un parque en una dinámica conversacional honesta y verdadera. Creo que una conversación es poderosa cuando no es transaccional.
Y si quieres conocer un poco más de mí te cuento que me gusta mucho la Comunicación Estratégica, pero con un sentido. Un gusto será conocerte, por mi lado soy Alfredo ¿y tu?